Henry Corbin
Daena é com efeito o Anjo feminino que tipifica o Eu transcendente ou celeste; ela aparece à alma na aurora que segue a terceira noite depois de sua partida do mundo, ela é sua Glória e seu Destino, seu Aion. A indicação quer portanto dizer que da Terra celeste, quer dizer da Terra percebida e meditada em seu Anjo, é engendrada e formada a substância do Eu celeste ou Corpo de Ressurreição. Isso que dizer igualmente que o destino da Terra confiado ao poder transfigurados das almas de luz, leva ao coroamento destas almas, e reciprocamente. E tal é o sentido profundo da oração masdeísta muitas vezes repetida no curso das liturgias: «Possamos ser aqueles que operarão a Transfiguração da Terra».
O mistério desta Imago Animae projetando a Imago terrae, e reciprocamente o mistério desta Forma imaginal da Terra «substantificando» a formação do Eu total a vir, se exprime em termos de angelologia na relação que acabamos de lembrar. Spenta Armaiti que os textos palavis compreendem como Pensamento Perfeito, Meditação silenciosa, e cujo nome que Plutarco traduziu exelentemente por Sophia, esclarece a via de uma sofiologia masdeísta, — Spenta Armaiti é ao mesmo tempo a «mãe» de Daena e aquela cujo fiel masdeísta é iniciado desde a idade de quinze anos a professar: «Tenho por mãe Spandarmat, o Arcanjo da Terra, e por pai Ohrmazd, o Senhor Sabedoria». Nisto que é aqui o principium relationis, podemos perceber algo como um sacramentum Terrae masdeísta; e sua essência, e segundo o nome mesmo de Spenta Armaiti Sophia, pode ser designada como uma geosofia, quer dizer como sendo o mistério sofiânico da Terra, cuja consumação será a Transfiguração escatológica (frashkart).
Completando este mismo paisaje de la escatología individual, también se sitúa, en medio del mundo, en Eran-Vej, otra alta montaña, Chakad-i-Daitik (el pico del juicio). Desde su cima surge el Puente Chinvat, en cuya entrada tiene lugar el encuentro del alma con Daena, su Yo celeste, o por el contrario con la horrible aparición que no le refleja más que su yo mutilado y desfigurado por todas las fealdades, privado de su arquetipo celeste. Es la situación primordial en la que la Imago Terrae, transformando los datos externos materiales, presenta al alma perfecta los lugares y los paisajes simbólicos de su eternidad anticiada, esos en los que el alma encentra su propia Imagen celeste. El alma perfecta atraviesa el Puente Chinvat con su vuelo espiritual y la fuerza de sus actos; avanza hasta las estrellas, más tarde hasta la Luna, luego hasta el Sol y después hasta las Luces infinitas. Éstas son las cuatro etapas del crecimiento de Alburz. De este modo, el Puente Chinvat une la cima que está en el centro del mundo con la montaña cósmica y su ascensión conduce al Garotman, a la “Morada-de-los-Himnos”. [[Corpo Espiritual e Terra Celeste] Sohravardí se refería en distintas ocasiones a la visión de esta Naturaleza Perfecta por un Hermes en éxtasis, si bien «Hermes» era quizá su propio seudónimo. Igualmente podemos reconocer en esta misteriosa figura los rasgos de la Daéna Fravarti mazdea, a la que los comentaristas identifican con el Ángel Gabriel, nombre con el que se designa al Espíritu Santo de cada ser individual; en las páginas que siguen se podrá constatar, a través de la experiencia de Ibn Arabi, la recurrencia de esta figura que se impone con la insistencia imperiosa de un arquetipo. Un gran místico iranio del siglo XIV, ‘Aláoddaweh Semnání, hablará en términos similares del «maestro invisible», el «Gabriel de tu ser». Su exégesis esotérica, su tawil, interioriza en siete niveles de profundidad las figuras de la revelación coránica; alcanzar el «Gabriel de tu ser» significa franquear sucesivamente los siete niveles esotéricos de profundidad y unirse al Espíritu que guía e inicia a los «siete profetas de tu ser». Este esfuerzo por alcanzarlo equivale también a librar el combate de Jacob, tal como fue entendido en la mística judía por la exégesis simbólica de José ben Judá: el alma intelectiva que lucha por alcanzar la unión con el Ángel, con la Inteligencia agente, hasta la aurora (ishraq, precisamente), momento en el que el alma emerge, liberada de las tinieblas que la aprisionan. No se debe, por tanto, hablar de un combate con, es decir, contra él Ángel, sino de un combate por el Ángel, pues éste, a su vez, tiene necesidad de la respuesta del alma para que su ser sea lo que tiene que ser. Se trata de la misma historia simbólica que, con una dramaturgia distinta, fue meditada por toda una cadena de místicos especulativos judíos en el Cantar de los Cantares, donde el Amado asume el papel de Intellectus agens, mientras la heroína es el alma humana pensante. (HCIbnArabi)