E estes são todos os
céus espirituais, os céus interiores da
alma, os sete planos do ser que têm seus homó
logos no homem de
luz e que mostram suas iriações no
arco íris da
visão smaragdina. “Sabe que o
existir não está limitado a um
ato único. Não há ato de ser tal que não se descubra por cima dele um ato de ser todavia mais determinado e mais
belo que o precedeste, até que se chega ao ser
divino. Para cada ato de ser, no curso da
via mística, tem um poço. As
categorias do ser estão limitadas a sete; isto faz alusão ao número das terras e dos céus. Quando tens realizado a
ascensão dos sete poços nas diferentes categorias do existir, se te mostra o
céu da
condição soberana [robûbîya] e da
potência. Sua atmosfera é uma luz verde, que tem o verdor de uma luz vital, recorrida por ondas em
eterno movimento. Tem nessa cor verde tal
intensidade que as inteligências humanas não têm
forças suficientes para suportá-la, o que não as impede deleitar-se dele com um
amor místico. E na superfície deste céu se mostram pontos de um vermelho mais intenso que o
fogo, o rubi ou a cornalina e que aparecem colocados em
grupo de
cinco. O místico ao vê-los, experimenta nostalgia e ardente
desejo, e aspira a unir-se com eles[§ 18]. [[Corbin Homem Luz, tr. Antonio Carneiro]
Cuatro, o materia, más tres, o espíritu, da siete, o perfección.
Filón explica en De opificio mundi [100-102] que el siete es único en la década porque no es generador no generado, como el uno, ni es generado no generante como el ocho [generado por cuatro, pero que no genera nada dentro de la década], mientras que el cuatro es generado [por dos] y generante [ocho]; por eso el siete es virgen e inmóvil e increado, porque no se mueve lo que no es generado ni genera, como el cero. En el mundo celeste, siete es la impasibilidad y la inmovilidad; en este mundo es una potencia que determina los circuitos lunares [se suman los primeros siete números y resulta 28] y se suele llamar τελεσφόρος, es decir, perfeccionadora, así que todo cuerpo orgánico tiene tres dimensiones y cuatro límites [punto, línea, superficie, solidez]. Lo que es inmovilidad arriba es perfeccionamiento abajo. 7 x 7 = 49; tras cuarenta y nueve días de Pascua es Pentecostés; como sello, signo de la mónada y de la remisión, añádase 1 a 49 y se obtendrá el 50, número del jubileo: tras siete semanas de años, se cancelaban las deudas, se liberaba a los esclavos, las tierras eran restituidas a quien las tuvo: Destino ahuyenta a Fortuna.
Siete son las notas de la escala temperada, las fases lunares, los planetas, los colores del arco iris; corresponden a los siete planetas [a siete colores, siete facultades, etcétera]. Siete son los movimientos «hacia arriba, hacia abajo, a derecha, a izquierda, adelante, atrás, en círculo», y basta eso para constituir una gramática de la danza, en relación con el trabajo, el cielo, la creación [todo número es un módulo de traducción entre órdenes diversos, es decir, un modelo de mediación]. El espacio es septenario si a las seis direcciones se añade el dentro del que parten. En el séptimo día hay tabúes en vigor: es peligro y descanso y bendición, pues nos reintegramos a la fuente [6 + 1]. Siete son las cuerdas de la lira, los meses del embarazo mínimo, el séptimo es el día crítico en las enfermedades y, añade Filón [De opificio mundi, 117 y sigs.]: siete son las vocales, las partes del rostro, las potencias del alma. Cinco los sentidos, más el habla y el sexo: siete partes movidas como marionetas por la razón, agrega. Informa Aristóteles de que el cuatro es potencia, el tres, actualidad: su suma es la sabiduría. Siete velos de luz y tiniebla cubren el rostro de Dios, y siete son los peldaños de la escalera que lleva al paraíso o al templo. Siete son los sacramentos y las bienaventuranzas, los dones del Espíritu Santo y los pecados capitales. El siete es lunar, pero las lunaciones del año dan la suma de 364 días, que con el añadido de uno se puede armonizar con el calendario solar, basado en el doce; los planetas tienen correlativos en los doce signos del zodíaco. Siete son las Pléyades y las estrellas de la Osa; y las Pléyades, con su declinar o su nueva ascensión, determinan la fecha de la sementera y de la cosecha. Los dos equinoccios del Sol se producen en el mes séptimo.
Los frescos del Guariento conservados en el convento de los Ermitaños de san Agustín de Padua [siglo XIV] ilustran las siete edades del hombre, primeramente puesto bajo el influjo de la Luna durante cuatro años, después durante diez años bajo el de Mercurio, durante siete bajo el de Venus, durante diecinueve bajo el del Sol, durante quince bajo el de Marte, durante doce bajo el de Júpiter, durante el tiempo que lo separe de la muerte bajo el de Saturno.
Los místicos encuentran de forma natural el ordenamiento septenario; los siete cakra yoga o las siete etapas de san Agustín {De quantitate animae, 70-79] lo declaran; las fases de la iluminación musulmana, a través de la sucesión de siete colores, corresponden también a los siete puntos individuados por los cabalistas y a los siete estratos [tierra, agua, aire, fuego, Sol, Luna, estrellas] del mundus major de san Roberto Bellarmino [el hombre debe primero superarse a sí mismo, mundus minor, después el septenario mundus major, luego el mundo espiritual, el alma racional y los ángeles: los estratos del mundus major tienen un reflejo en el minor].
Al-Ghazalí divide en siete, como Agustín, el itinerario místico: ciencia especulativa, penitencia, victoria sobre los obstáculos [el mundo, los malos ejemplos, el demonio, la concupiscencia], destrucción de los obstáculos, uso de los estímulos [esperanza y temor], pureza de intención y recuerdo de los beneficios divinos [para evitar la hipocresía y la vanidad], alabanza agradecida a Dios. Este septenario queda manifiesto en la semana mística trazada por Ludovico Balbo, para el cual el domingo se medita sobre el amor del Creador, el lunes sobre la caída, el martes sobre el nacimiento de Cristo, el miércoles sobre la huida a Egipto, el jueves sobre las persecuciones infligidas al Salvador, el viernes sobre la pasión, el sábado sobre el descenso a los infiernos, la resurrección y la ascensión, El mismo orden se reflejará en la división de la jornada: oficio matutino, prima, tercia, sexta, nona, vísperas, completas, cumpliendo lo que dice el versículo: «Siete veces al día te alabo» [Sal 119,164]. Cada jornada se repetía la ascensión perfectiva. La gran mística inglesa fue precedida por la obra de fray Roger Bacon [1214-1294], el cual describió la iluminación interior como una progresión a través de siete estadios: don de la ciencia especulativa, virtudes sobrenaturales teologales y cardinales, dones del Espíritu Santo, bienaventuranzas, sentidos espirituales, frutos del Espíritu Santo, éxtasis. La gracia necesaria a las siete virtudes teologales se obtiene además con las siete peticiones del Paternóster; los siete sacramentos guardan de los siete pecados. [Zolla Místicos do Ocidente]