Por tanto, no es indiferente lo que los nombres “técnica”, “lenguaje” y “tradición” nos dicen, cómo los oímos, el que desde ellos nos hable o no lo que hoy es, es decir, lo que mañana nos alcanzará y ayer ya nos concernía. Por eso vamos a intentar algo atrevido, vamos a intentar una incitación a la meditación. Y ¿por qué algo “atrevido”? Porque meditación va a significar aquí: despertar el sentido para lo inútil. Y en un mundo en el que sólo tiene ya valor lo inmediatamente útil, que sólo se endereza ya a potenciar necesidades y el consumo que las satisfaga, una referencia a lo inútil representaría enseguida hablar en vacío. Un prestigioso sociólogo americano, David Riesmann, en su libro La muchedumbre solitaria (2) señala que en la moderna sociedad industrial, con el fin de asegurar la consistencia de ésta, el potencial de consumo tiene que ir por delante del potencial de dominar las materias primas y del potencial de trabajo. Pues bien, las necesidades se determinan por aquello que se tiene por inmediatamente útil. Y, ¿qué podría entonces lo inútil frente a este predominio de lo útil y utilizable? Inútil en la forma de que de ello no se sigue directamente nada en la práctica, lo es el sentido de la cosas. Por eso la meditación que busca indagar ese sentido, no arroja ninguna utilidad práctica, pero el sentido de las cosas es, sin embargo, lo más necesario. Pues sin ese sentido incluso lo útil permanecería sin sentido y, por tanto, ya no sería útil. En lugar de discutir y responder directamente a esta cuestión, oigamos un texto de los escritos del viejo pensador chino Dschuang-Dsï (3), un discípulo de Lao-Tse:
El árbol inútil
Hui‑Dsï habló a Dschuang-Dsï y le dijo: “Tengo un árbol grande, la gente lo llama el árbol de los dioses. Tiene un tronco y unas ramas tan nudosos y retorcidos, que no se los puede podar conforme a pauta alguna. Sus ramas son tan curvas y están tan enredadas que no se lo puede trabajar conforme a compás y escuadra. Está en el camino, pero ningún carpintero le hace caso. Así son vuestras palabras, oh señor, grandes e inútiles, y todos se muestran unánimes en pasar de ellas”.
Dschuang-Dsï respondió así: “¿No habéis visto nunca una marta, esperando con encogido cuerpo a que algo pase, salta de una viga a otra y no teme dar grandes saltos hasta que cae en una trampa o queda cogida en un lazo? Pero también existe el yack. Es grande como una nube de tormenta; se le ve poderoso, pero ciertamente no puede cazar ratones. Tenéis un gran árbol y os lamentáis de que no sirva para nada. ¿Por qué no lo replantáis en un erial o en un gran campo vacío? Podríais pasear a su vera como descanso o dormir ociosamente bajo sus ramas. El hacha no le daría prematuramente fin y nadie le causaría daño.
Que algo no valga para nada: ¿por qué habría uno de preocuparse de ello?”
Dos textos similares se encuentran con algunas variantes en otro pasaje del escrito “El verdadero libro del país de las flores del sur”. Ambos nos brindan la misma idea: no hay que preocuparse por lo inútil. En virtud de su inutilidad viene a cobrar algo de intocable y duradero. Por eso es un error aplicar a lo inútil el criterio de la utilidad. Lo inútil, por no poderse hacer nada con ello, tiene su propia grandeza y poder determinante. Inútil de esta forma es el sentido de las cosas. (Heideggeriana – Lenguaje tradicional y Lenguaje técnico)